La bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad

Ya nos hemos referido al derecho de los hermanos de esta corporación, así como de sus parientes, de enterrarse en la bóveda de la capilla de la iglesia de San Francisco. Un libro conservado en el Archivo de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima da cuenta de los hermanos que se enterraron en la referida capilla desde fines del siglo XVII. [39].

En el siglo siguiente, las ideas de la Ilustración inspiraron las nuevas políticas con respecto a los enterramientos: se buscaba mejorar la salud pública, que se veía perjudicada por el hedor que emanaban las fosas en las que se enterraba a los difuntos en las ciudades. Por eso, se pensó que la solución pasaba por crear cementerios fuera de los centros urbanos, para que los muertos dejaran de envenenar a los vivos.[40]. Así, desde 1808, tras la inauguración del Cementerio General de Lima, se estableció que todas las iglesias clausuraran sus bóvedas, sepulturas, osarios y todos los lugares donde hubiera entierros. Es de destacar que las autoridades hicieron especial mención de la iglesia de San Francisco en este sentido. Se deseaba -según un texto de la época- que “no sean más nuestros templos y hospitales los palacios de la muerte. En el Santuario del Dios Vivo solo se sientan el olor agradable del incienso; y el del bálsamo salutífero en las cosas de piedad”. [41].

Debemos suponer que hubo una especial preocupación de las autoridades por la situación de la iglesia de San Francisco en lo referido a los enterramientos. En efecto, consta que la prohibición de efectuar entierros en ese templo se había dado ya en 1804. En ese año los religiosos franciscanos construyeron un panteón junto a la Casa de Ejercicios de la Tercera Orden, efectuándose su apertura el 23 de septiembre, y desde ese día “se impidió todo entierro en la iglesia de San Francisco por las superiores órdenes del Excmo. Sr. Virrey D. Gabriel de Avilés y el Arzobispo el Excmo. e Iltmo. Sr. D. Juan Domingo González de la Reguera, de la Gran Cruz de Carlos III. Con este motivo se han cerrado todas las bóvedas y aunque queda abierta la de la Hermandad de Aránzazu, se ha prohibido todo entierro, y ha asignado el R. P. Guardián dieciséis nichos en el panteón para los que tenían derecho a la bóveda (...)”. [42].

Es decir, se prohibieron los enterramientos en la iglesia de San Francisco cuatro años antes de la prohibición general de efectuar entierros en los templos. Pero la clausura de la bóveda se produjo en 1808, a raíz de la inauguración del Cementerio General. Dicha clausura es relatada con detalle en uno de los libros de la Hermandad:

“Por el Reglamento Provisional que se imprimió y está la copia en el Archivo de Aránzazu, se mandó por los dos referidos jefes[43] que todas las iglesias de esta capital empezasen a cerrar sus bóvedas, sepulturas, osarios, y demás lugares de entierro, desde el día inmediato a la bendición y apertura del camposanto, y lo verificasen en el término de quince días contados desde primero de junio próximo, inhabilitando los enterratorios de modo que no vuelvan a servir, ni quede señal de su entrada con lápida sepulcral, ni cosa que lo denote”[44].

Siguiendo tales disposiciones, los mayordomos de la Hermandad retiraron una lápida de bronce que tenía allí más de un siglo -se había instalado en 1693-, en la cual aparecía la siguiente inscripción: “Aquí yacen los muy nobles y muy leales hijos y descendientes de la Provincia de Cantabria”. Lo interesante es que en el mismo documento se señalan una serie de precisas instrucciones para quienes en el futuro quisieran reabrir la bóveda, concluyéndose del siguiente modo: “Esta explicación y noticia se pone aquí para los venideros (...); en caso necesario es fácil quitarla y dar entrada a la bóveda”. [45]. Todo indica, en efecto, que la clausura de la bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad se realizó con gran pesar por los miembros de la misma, quienes de algún modo mostraron su deseo de que en el futuro pudiera ser reabierta. Dicho pesar puede percibirse en la documentación de la Hermandad, al aludirse a los nichos que se reservaron en el Cementerio General:

“Para reparar en algún modo la falta de la bóveda de Aránzazu en su capilla, se han tomado en el camposanto (...) nichos que están distinguidos con la inscripción de pertenecer a la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu”[46].

José de la Puente Brunke. Apuntes sobre la Hermandad de Nuestra Señora de Aranzazu en la Lima Virreinal. Pontificia Universidad Católica del Perú

[39] “Libro de los hermanos que se mueren y se entierran en la bóveda de la capilla de Nuestra Señora de Aránzazu que corre desde el año de 1695”. ACBP, libro N° 8178.

[40] Cfr. Casalino Sen, Carlota: “Higiene pública y piedad ilustrada: la cultura de la muerte bajo los Borbones”. En O’Phelan Godoy, Scarlett (compiladora): El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú -Instituto Riva-Agüero, 1999, p. 326.

[41] Casalino, op. cit., pp.338, 339 y 342.

[42] ACBP, libro N° 8178, f. 23 vto.

[43] En alusión al arzobispo Las Heras y al virrey Abascal.

[44] ACBP, libro N° 8178, f. 26.

[45] ACBP, libro N° 8178, f. 26 vto.

[46] IbId.

CENTRO VASCO LIMA 1612. 2012.2016

CENTRO VASCO LIMA 1612. 2012.2016
Euzko Etxea Arantzazu Lima

viernes, 21 de agosto de 2015

ARANTZAZUKO ANDRE MARIAREN KOFRADIA 1612. 2012. 2016

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